El bioarte comenzó con bromas y experimentos curiosos, como en 1910 cuando el burro Lolo “pintó” con un pincel atado a su cola en el Salon des Indépendants de París, inspirando al grupo ruso cubo-futurista “Donkey’s Tail”. El primer gran ejemplo serio fue Delphiniums de Edward Steichen en 1936, seguido por instalaciones surrealistas como The Rainy Taxi de Salvador Dalí, mostrando que el bioarte siempre ha sido diverso en enfoques y medios. Desde los años cincuenta, artistas han trabajado con una amplia gama de organismos, desde plantas y bacterias hasta animales y células en vitro, generando subcategorías como bioarte tecnológico y transgénico, que incluyen manipulaciones biotecnológicas y genéticas.
El bioarte plantea cuestiones éticas complejas debido a que involucra organismos sentientes y no sentientes. Los animales, con sistemas nerviosos, pueden experimentar dolor y placer, lo que obliga a los artistas a considerar su bienestar; ejemplos extremos incluyen obras de Hermann Nitsch, Ana Mendieta o Mark Pauline, que involucraron sufrimiento animal. En contraste, las plantas y otros organismos no sentientes pueden ser manipulados de maneras que serían inaceptables con animales, aunque matar plantas sigue implicando responsabilidad ética. Este contraste subraya la importancia de reconocer la empatía y la estética en el trabajo con seres vivos, pues su experiencia se convierte en parte del significado de la obra.
La relación entre humanos y organismos vivos también se refleja en la domesticación y selección estética, que ha afectado plantas y animales durante miles de años. Las preferencias humanas han dado lugar a domesticados como razas de perros, peces, flores ornamentales y nuevas especies híbridas que dependen de los humanos para sobrevivir. La domesticación no siempre requiere intervención directa; insectos como hormigas cortadoras de hojas y termitas también cultivan hongos y plantas de manera mutualista, mostrando que la relación de coevolución y dependencia mutua no es exclusiva de los humanos.
Finalmente, el bioarte nos invita a reflexionar sobre nuestra conexión con la vida más allá de la conciencia. Las plantas, microorganismos y células que no experimentan conciencia nos recuerdan la vastedad de procesos vitales que sostienen la existencia consciente, y cómo nuestras preferencias estéticas han moldeado la evolución. Al combinar ética, estética y ciencia, el bioarte ofrece un espacio para explorar la relación entre humanos y otros seres vivos, la influencia de la percepción en la evolución y las posibilidades de crear nuevos organismos dentro de un marco responsable y consciente.
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