Sadie Plant, filósofa británica, sentó las bases teóricas del ciberfeminismo y fue de las primeras en usar este término, retomando a Donna Haraway, Luce Irigaray y el ciberpunk para pensar la relación entre mujeres y tecnologías. Para Plant, las tecnologías digitales se vinculan al tejido: “la computadora surge de la historia de la tejeduría, proceso que a menudo se describe como la quintaesencia del trabajo de las mujeres. El telar es la vanguardia del desarrollo del software” (Plant, 2019, p. 146), lo que las asocia con lo femenino.
En Beyond the Screens (1993), Plant retoma a Haraway: “Prefiero ser un cyborg a una diosa”, afirmando que máquinas y mujeres comparten el haber estado al servicio del hombre. El ciberfeminismo es, según Plant, “tecnología de información en forma de ataque fluido [...] simplemente la toma de conciencia que el patriarcado está condenado [...] no tiene objetivos ni principios” (Plant, 1993, p. 13). Resalta que la “ciberfeminidad” rompe con la identidad patriarcal y feminista tradicional: “No es un sujeto carente de identidad, sino una realidad virtual, cuya identidad es una mera táctica de infiltración” (Plant, 1993, p. 16). En el ciberespacio, identidad y corporalidad se diluyen, siendo el cyborg el reemplazo de “lo humano”.
En Ceros + Unos. Mujeres digitales + la nueva tecnocultura ([1997] 1998), Plant analiza la historia de la programación en clave de género (herstory), desde el telar de Jacquard hasta Ada Lovelace, primera programadora, destacando cómo la tecnología ha sido históricamente femenina pero invisibilizada. Lovelace “conoció una máquina que iba a convertirse en ‘su amiga’” (Plant, 1998, p. 12).
Plant señala la transición de la industria pesada a la información, donde la velocidad, la inteligencia y el trabajo en red favorecen a las mujeres: “Desde la revolución industrial [...] cuanto más sofisticadas eran las máquinas, más femenina era la fuerza de trabajo” (Plant, 1998, p. 45). Además, retoma la metáfora de la matrix: “el clítoris es una línea directa a la matriz [...] refiere tanto al útero –matrix es el término latino [...] como a las redes abstractas de la comunicación” (Plant, 1998, p. 64), conectando cuerpo femenino y ciberespacio.
En cuanto a los binarismos, los códigos binarios de programación se reconfiguran: “los unos y los ceros del código de la máquina no son binarios patriarcales o contrapartes entre sí: el cero no es el otro, sino la posibilidad misma de todos los unos” (Plant, 2000, p. 333).
Si bien su trabajo ha sido clave para el ciberfeminismo, ha generado críticas: algunas autoras (Wajcman, [2004] 2006; Galloway, 1998) consideran que reproduce binarismos y se aproxima al feminismo de segunda ola; otras (González García, 2001) destacan la transgresión de límites entre lo masculino y femenino y la feminización de la tecnología; y algunas (D’Andrea, 2020) interpretan su enfoque como una “estrategia de identificación opositiva”, apropiándose conscientemente de la negación para involucrarse políticamente con identidades no naturales.
La I Internacional Ciberfeminista se realizó en 1997 en Documenta X, Kassel, organizada por el grupo OBN (Old Boys Network), integrado por Susanne Ackers, Cornelia Sollfrank, Ellen Nonnenmacher, Valentina Djordjevic y Julianne Pierce. Durante ocho días, artistas, teóricas, programadoras y activistas debatieron sobre el ciberfeminismo y desarrollaron estrategias feministas vinculadas al mundo digital. Aunque se llamó “internacional”, la mayoría de participantes provenía de Europa. Hubo dos encuentros posteriores: la II Internacional en 1999 en Ámsterdam y la III en 2001 en Hamburgo, siendo esta última la última reunión.
Los debates se centraron en el significado del término “ciberfeminismo” y la conjunción entre “ciber-” y “feminismo”. Se consideró un término “nuevo y prometedor” para articular a mujeres —no necesariamente biológicas— en torno a la invención y alteración de trayectorias tecnológicas (First Cyberfeminist International, 1998). El prefijo “ciber-” indica algo propio de la era digital y abre posibilidades de reapropiación del ciberespacio, que Gibson había concebido con rasgos sexistas.
Como resultado del encuentro, OBN elaboró “100 anti-tesis”, expresando por vía negativa qué no es el ciberfeminismo, para concebirlo como abierto, múltiple y en constante transformación. Estas antidefiniciones incluyen desde lo político y artístico hasta lo tecnológico y paródico, invitando a cada mujer a inventar su propio ciberfeminismo (Paasonen, 2011; Zafra, 2018).
Faith Wilding, artista y fundadora del colectivo subRosa, reflexionó sobre la necesidad de definir el ciberfeminismo para asegurar su posicionamiento político. Señala tres posturas internas: rechazo al feminismo de la “vieja escuela” por esencialista y antitecnología; actitud antipolítica centrada en el arte y la interacción; y utopismo cibernético que considera la red como un espacio libre de género, edad o clase. Wilding advierte que estas posturas deben articularse con la historia feminista y la crítica social, ya que el acceso a Internet sigue siendo un privilegio, y la tecnología reproduce desigualdades.
El ciberfeminismo, según Wilding y Critical Art Ensemble, no se limita al ciberespacio, sino que incluye hardware, software, educación e infraestructura, y busca subvertir estructuras genéricas y jerárquicas, promoviendo la “descolonización postfeminista del ciberespacio”. Asimismo, aborda la “subjetividad femenina” de manera inclusiva, considerando diversidad de cuerpos, géneros y experiencias, y fomenta coaliciones y estrategias colectivas para transformar la vida virtual y real.
El arte ciberfeminista aporta al desarrollo de una “política del cuerpo” fluida y múltiple, cuestionando representaciones sexistas y estereotipadas. Helen Hester (Laboria Cuboniks) retoma estas ideas en el post-ciberfeminismo, proponiendo convertir las 100 anti-tesis en enunciados afirmativos, manteniendo la apertura e incompletitud del ciberfeminismo premilenial, y vinculándolo con proyectos políticos emancipatorios contemporáneos como el xenofeminismo.
En síntesis, la (in)definición del ciberfeminismo refleja la tensión entre libertad conceptual y necesidad de posicionamiento político, subrayando la importancia de articular historia feminista, lucha contra desigualdades sociales y estrategias colectivas para intervenir en el ciberespacio y la vida cotidiana.
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