Las pedagogías críticas y de frontera buscan construir marcos analíticos y conceptuales que permitan interpretar los procesos educativo-culturales contemporáneos desde una perspectiva crítica, situada y transdisciplinaria. Inspiradas en el postmarxismo, el postestructuralismo y los estudios culturales, estas pedagogías recuperan nociones como la hegemonía, el antagonismo y la frontera para repensar la identidad, la diferencia y las relaciones de poder en contextos históricos, sociales y geopolíticos específicos, especialmente en América Latina.
Autores como Puiggrós y Freire destacan la importancia de una educación situada que no se limite a transmitir contenidos, sino que genere nuevas relaciones entre sujetos, educación y política. Así, se valoran las experiencias de comunidades y movimientos sociales, como los pueblos indígenas de Chiapas o el zapatismo, donde la educación se convierte en práctica emancipatoria que articula saberes, luchas políticas y alternativas pedagógicas. En este marco, las pedagogías críticas y de frontera abren espacios de auto-narración y reconocimiento de saberes y experiencias “otras”, fomentando la igualdad epistémica y la construcción de nuevas subjetividades.
En paralelo, las tramas emancipatorias entre educación popular y feminismos, especialmente desde los feminismos del sur y decoloniales, enfatizan la crítica a la colonialidad del género (Lugones), la interseccionalidad y la opresión histórica de mujeres racializadas y otros sujetos subalternizados. Autoras como Gloria Anzaldúa, bell hooks y Chela Sandoval visibilizan estas experiencias desde el borde y los intersticios, desarrollando prácticas pedagógicas, culturales y políticas que desafían las estructuras de poder colonial, patriarcal y capitalista. Se destacan las nociones de identidades múltiples, conciencia mestiza y narrativas propias, que permiten resistir la violencia simbólica y estructural, articular contrahegemonía y construir nuevos mundos de experiencia.
Ambos enfoques —pedagogías críticas y feminismos decoloniales— se intersectan al considerar la educación y el activismo como espacios de resistencia, contra-culturales y emancipatorios, donde se despliegan alternativas epistémicas, políticas y pedagógicas desde y para los sujetos del sur global, promoviendo la transformación social y la visibilización de opresiones históricamente invisibilizadas.
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