lunes, 21 de junio de 2021

 Walden 2.0

El deseo de paisaje. 


Se ha afirmado que el paisaje emerge en el esfuerzo de aquel que recorre sus caminos, que es creación del que recorre descubriendo espacios, formas y perspectivas, que no reside en la  materia sino una serie de relaciones. Parecería que un paisaje se encuentra en la expresión de una experiencia, en el ‘ser’ del paisaje, que combina nuestra percepción corporal y a la vez el movimiento, que puede entenderse también como el tiempo. El paisaje existe en el ejercicio de la emoción y la razón. 


Desde la perspectiva del arte, un paisaje es una pintura o un dibujo que representa cierta extensión de terreno. Aunque la etimología de la palabra y definición del diccionario se refiere a algo en concreto – lo que se ve desde un sitio-  la naturaleza que nos rodea, en sí, carece de la unidad que posee el paisaje. El paisaje surge desde la pintura para definir la imagen de un territorio con valores estéticos mostrando elementos físicos mensurables y reconocibles en la naturaleza. La palabra paisaje en sí proviene de la palabra país y su principal propósito era representar la posesión y dominación de la naturaleza por el hombre. Sin embargo, podemos hablar del paisaje independientemente de la aparición de elementos de la naturaleza.  El paisaje no se encuentra en el objeto observado sino en la mirada del espectador; no se trata de un territorio sino de un espacio acotado por la mente. Nuestros sentidos separan una parte del todo y se obtiene un conjunto visual.  Paisajes variantes resultan de varias maneras de contemplar. El encuentro paisajístico aparece en esa especie de impacto que reside en los detalles en los que se fija el ojo y se intuye una similitud entre nosotros y el entorno.


En esta visión, el paisaje es encuentro, una resistencia que nos da la medida de lo que somos, y que como tal nos define íntimamente, y que es, al mismo tiempo, contorno de nuestra exterioridad. El espacio natural ha sido, desde tiempos inmemoriales, un lugar privilegiado para la mirada humana, que ha visto en él un espejo, en muchos casos roto o deforme. Nos ayuda a entender quienes somos y cómo queremos ser. Cuando el espacio se convierte en paisaje, funge como un lugar de introspección y de reflexión personal que eventualmente deviene en conjunciones colectivas. 


Los efectos afectivos que proporciona este encuentro perceptivo están fundamentalmente definidos por una una suerte de eco en que el paisaje activa en el individuo una fuerte evocación, y éste a su vez consigue hacer hablar al paisaje. El individuo queda, así, inmerso en una compleja dinámica de ausencias y presencias, de memoria y olvido, de consonancia y disonancia entre los paisajes reales que éste recorre y los paisajes imaginados, soñados o anhelados.


Una de las obras más relevantes de la literatura anglosajona, Walden de Henry David Thoreau, publicada en 1854, nos regala una reflexión en primera persona sobre la vida simple en la inmersión de la contemplación. A Throeau le interesaban principalmente las posibilidades de un nuevo mundo en el ambiente natural. La concepción de Estados Unidos como un nuevo país le brindaba una puerta al individualismo y la búsqueda de libertad que caracterizan a esta sociedad naciente. Para Thoreau era de suma importancia la formación de carácter a partir de la reflexión y contemplación del cotidiano. Como en la obra de Thoreau en general, esta novela nos ofrece a través de sus palabras un testimonio de su espíritu desobediente y trascendentalista. El libro se tituló originalmente Walden o La vida en los bosques y narra los dos años que Thoreau pasó en una cabaña en la propiedad de su amigo escritor Ralph Waldo Emerson. La cabaña estaba cerca de un cuerpo de agua llamado Walden Pond.  Aunque la cabaña estaba a solo un par de kilómetros de la ciudad,  Thoreau la consideraba un lugar de verdadera introspección, un lugar para comunicarse con la naturaleza y ser completamente autosuficiente. Para el autor el bosque representa el lugar de la verdad, y el silencio que entre sus árboles se encontraba, fue la marca del acceso a una forma de vida más esencial, donde la naturaleza se entendía como el mejor lugar en el que observar esa unidad espiritual de la que todos formamos parte. 


H. Thoreau nos ofrece, más que una definición de ese paisaje del bosque, una actitud determinada hacia el mismo. Así, ese paisaje a lo que invita es a ser trascendido incitando, a su vez, a la contemplación, a la seriedad y a la meditación. Es así que este “paisaje emocional” de Thoreau es la expresión geográfica y la concreción material y simbólica de sus afectos; es decir, aquel al que él accede a través de la imaginación, un espacio entre el cuerpo y la memoria, al que siempre se vuelve pues forma parte de nuestra identidad.

Los paisajes emocionales son, pues, la medida de nuestros espacios internos, el camino y las distancias para llegar a ellos. La experiencia paisajística está atravesada por la proximidad y la distancia, la observación y la habitación, lo público y lo privado; las cuales nos permiten entrar en contacto con nuevos paisajes, con paisajes de otros. Como enuncia Thoreau “¿Quién dirá qué perspectiva ofrece la vida a otro? ¿Podría ocurrirnos un milagro mayor que mirar a través de los ojos ajenos por un instante? Deberíamos vivir en todas las épocas del mundo en una hora, ¡ay, en todos los mundos de cualquier época!”


¿Cómo se comparten estos inmensos espacios internos?  ¿Por qué sentimos una renovada necesidad de reinventar y reinterpretar los lugares? Las relaciones que mantenemos con los lugares están cambiando de manera evidente y ello se percibe aún con más claridad en esta crisis sistémica en la que estamos inmersos; crisis que, cuanto más pasa el tiempo, más se demuestra que, efectivamente, no es solo una crisis económica, sino también una crisis de valores, de ideales, de modelo de sociedad, de formas de vida. Sin embargo, esta pérdida o devaluación del lugar físico no se ha visto correspondida con un proceso semejante en el lugar simbólico. Hoy en día encontramos numerosísimas manifestaciones culturales y expresivas en otros espacios que salen de una idea del espacio como tradicionalmente se entiende.  La representación paisajística ha cambiado a través de las épocas y movimientos artísticos.  Aunque el paisaje ha sido representado principalmente desde la pintura, dibujo y grabado, existen otro tipo de expresiones visuales que salen de la imagen bidimensional y participan en la generación de nuevas visiones del entorno y modelando nuestra mirada, por ejemplo el Land art.  De igual manera, dentro del arte contemporáneo se han venido desarrollando tendencias que tienen a la naturaleza y la tecnología como tema y utilizan medios y lenguajes relacionados con los medios electrónicos para generar objetos híbridos entre naturaleza, tecnología y genética, como en el caso del Bio art.


En un momento en que la tecnología y los procesos económicos y culturales propios de las sociedades capitalistas han desplazado definitivamente el horizonte estético y moral dentro del  cual había sido posible, es necesario pensar la construcción del mundo, en tanto que trama  de sentido, sino conforme a nuestras necesidades integrales como individuos y sociedad. El predominio de la  lógica mercantil moderna atiende a hacer del paisaje un lugar de atracción, seducción o diversión,  difundiendo cierto juicio valorativo de las prácticas culturales contemporáneas en lo referido al paisaje. Las experiencias turísticas que reducen la naturaleza al consumo de un espectáculo o una resignación superficial. Las formas de encuentro o de vinculación emocional profunda entre el individuo y el espacio, al no tener acceso libre a esta naturaleza han sesgado un tipo de experiencias emocionales, las que generan la condición del paisaje. 


¿Cómo podemos apoderarnos emocionalmente de un espacio que nos mantiene aplastados y en modo de sobrevivencia?  Michel Maffesoli supone que volver sedentarias las actividades es quitarle el dinamismo a la vida, lo cual conlleva a una sensación de encierro ideal para la formación y establecimiento del Estado. El proyecto de la modernidad en su intento por poseerlo y controlarlo todo creó su propio conocimiento y sus instituciones para validarlo, “la verdad”  dejando fuera lo imaginario, el deseo, el placer, todo lo que no es útil o racional. Cuando el sistema se fundamenta sólo en un pilar, en este caso sólo un tipo de pensamiento, el lógico, el de lo abstracto, lo digital, este se encuentra sí en estado funcional pero con un vacío.  La sociedad mecánica y competente se ha descompuesto aunque parecería que lo mecánico funciona, somos y buscamos ser cada vez más competentes y funcionales en el sistema que rige nuestros espacios, estamos obligados a adaptarnos como una cuestión de supervivencia. 

Nuestra sociedad habita cotidianamente en lo digital; un mundo inmaterial y, sin embargo, real por derecho propio. Se trata de un paisaje socialmente activo, dinámico, navegable, agente activo y renovador de nuestra nueva visión de la naturaleza, de nosotros mismos, de nuestros paisajes. El paisaje, como artificio estético, proyecta distintas visiones de la naturaleza, en última instancia funciona como una fotografía, una pintura, del modelo social de cada momento histórico en su contexto geográfico. El paisaje ha demostrado a lo largo de los tiempos, su relevancia, al fijar la imagen de lo que es el orden natural, de la relación del hombre con su entorno; ¿Se funden en nuestros paisajes los lugares donde existimos; espacios interiores, exteriores y virtuales?


¿La realidad es virtual? ¿qué diferencia habría entre el universo real y otro universo copia del primero? ¿Qué diferencia habría entre materia e información?¿No sería lo mismo tener una unidad mínima de materia en cierta posición, que tener "algo" que se comportase como si fuera una unidad mínima de materia, en la misma posición? 

 

La acepción filosófica de lo real como acto y lo virtual como potencia ha quedado rezagada. Zizek dice que no hay real, sino efecto de éste. Virtual sustituye lo real, según Baudrillard que esto se debe a un exceso de lo real, por el manejo y el contacto de demasiada información. El concepto virtual proviene del latin virtus, que significa fuerza, virtud. La cualidad de producir un efecto. Si el arte trabaja con intensidades sensoriales y conceptuales, entonces los efectos que produce la virtualidad son significativos.

 

La obra de arte es virtualidad, pero no está ontológicamente separada de la realidad que representa. La virtualidad estética según Gadamer supone un crecimiento del ser de la realidad, precisamente hacia su propia verdad. La obra de arte por tanto no representa el ser de la realidad sino lo que puede ser.


El pensamiento cibernético obliga a repensar, redefinir y recontextualizar el universo estético. El espacio se convierte en ciberespacio, la realidad en hiperrealidades, los acontecimientos en simulaciones. Estamos ante un cambio tecnológico cultural que nos modifica las nociones de arte, de ciencia, de técnica, de hombre, de espacio, de tiempo, de materia, de cuerpo, de realidad, abriéndose a significaciones profundamente renovadas. Como menciona Villem Flusser, toda revolución técnica es una revolución espiritual.


Sabemos que el ciberespacio es este entorno enteramente digital donde se viven experiencias similares a las que suceden en el espacio físico. En el ciberespacio se recrean actitudes universales del humano de manera parcial o total siempre adecuadas a las características y cualidades de este entorno. La palabra ciberespacio, como muchísimas, proviene de la literatura, específicamente de la novela Neuromante William Gibson. Hago referencia a la literatura porque si bien en este momento se acuñó esta palabra, siempre ha estado en la imaginación de la literatura un tipo de espacio que podría ser caber en la experiencia que nos otorga el ciberespacio.

Gibson define el ciberespacio como “Una alucinación consensual experimentada diariamente por miles de millones de operadores legítimos, en cada nación, los niños enseñan conceptos matemáticos ... una representación gráfica de datos abstraídos de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Complejidad impensable. Líneas de luz a distancia en el espacio de la mente, cúmulos y constelaciones de datos. Como luces de ciudad, que se alejan.” 


Sin embargo, lo que conocemos como ‘paisaje virtual’ o ‘paisaje digital’ se encuentra muy lejos la intención primaria de esta reflexión, guiada por la experiencia paisajística de Thoreau en Walden.  Se entienden por los paisajes de síntesis, digitales o virtuales son aquellos que se crean con técnicas de reproducción de imagen que han posibilitado los ordenadores. El uso principal de este tipo de imágenes se encuentra en los medios masivos de entretenimiento como el cine y los videojuegos.

En paisajes digitales de Federico G Silvestre, sostiene que la actividad que fomenta la estética de los paisajes virtuales no exige espectadores a los que les interese pensar, reflexionar o interpretar sino un público movido por la excitación formal y el entretenimiento. Si pensamos la representación de la naturaleza con nuevas tecnologías recordamos los escenarios hollywoodenses o de videojuegos, con dimensiones espectaculares y muchísimo detalle. La fascinación por las posibilidades de la tecnología suele venir acompañada por una carencia cualitativa en la práctica de la contemplación.

 

M. Heim afirma que para crear verdaderos ambientes virtuales -lugares donde poder estar- debemos rebajar la fuerte presión sobre nuestro aparato perceptivo. Sostiene que, para lograrlo, sólo tenemos que estudiar el tradicional arte del paisaje en una de sus versiones más egregias, la jardinería japonesa. El principio de esta práctica es simbolizar la vastedad de la naturaleza a partir de una estética minimalista la cual se refiere a aquello que está despojado de elementos con un mínimo contenido formal pero que desde el punto conceptual tiene sentido. Por otra parte, es necesario explorar la tensión entre lo privado y lo público de la experiencia al habitar estas redes, en esos contactos el encuentro se atraviesa por un intento de hacer la experiencia única y especial pero a la vez ésta sólo puede ser dada gracias a que se participa en una estructura pública que acoge esas individualizaciones, y hace que nuestra participación tenga sentido. 

 

La carencia en la contemplación a la que hace referencia López Silvestre respecto a los espacios digitales nos marca una pauta para un desarrollo más balanceado de la cultura. El uso de la tecnología es propio de nuestra naturaleza, son herramientas que nos ayudan a expandir las capacidades de nuestro cuerpo y nuestra mente. Sería un desatino afirmar que estos aparatos nos alejan de nuestro origen, nuestra naturaleza, o nuestro propio ser; sin embargo esta carrera por la efectividad y la productividad nos mantienen cegados ante la infinitud de nuestras posibilidades.  Esta contradicción emocional podría radicar en evitar la integración de las dos visiones del mundo y basar toda nuestra realidad lo establecido de acuerdo al pensamiento masculino.  Como individuos nos experimentamos desde los dos pensamientos, lo racional y lo emocional, desde lo femenino y lo masculino en cambio como sociedad vivimos incompletos.

 

Nos toca irnos a Walden 2.0. Repensar nuestros nuevos espacios.  Es evidente la necesidad de realizar un estudio de la relación entre las emociones y el espacio digital. Por un lado, articular una perspectiva espacial que comprenda las emociones y su conformación, localización, materialización, y reproducción dentro de las redes. Por otro lado, explorar simultáneamente la dimensión opuesta, es decir, cómo el espacio se construye también, o sobre todo, emocionalmente, y cómo éste se configura a través de las interacciones de los diferente usuarios, de diferentes intereses y grupos sociales.

Nuestros gestos en el paisaje son siempre una negociación con las condiciones reales y con los significados simbólicos de esos emplazamientos. Señalando estas tensiones es posible empezar a explorar las posibilidades de ciertos gestos significativos con los cuales pretendemos aún crear nuestro vínculo con el paisaje y establecer afectos en los que podamos seguir mirándonos para conocer quiénes somos. 

 

 

 


¿Es todo un paisaje?

Yo soy el paisaje

Arrastrándome desde el desierto
Hasta el bosque lluvioso

Saltando desde las grietas,
corriendo en la tundra

Subiendo la pendiente, 

Tomando un descanso,

Entre las colinas,

Admirando la vista, casi en la cima

Camino un poco más y 

tomo un descanso

Entre dos tranquilos ojos de agua

Para después subir al pico

Y admirarme,

cautivada.


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