martes, 21 de octubre de 2025

Schiller y el juego

 Schiller entiende el juego como una de las manifestaciones más profundas y esenciales del ser humano. En sus Cartas sobre la educación estética del hombre, propone que dentro de nosotros actúan dos fuerzas opuestas: una sensible, ligada a los impulsos, los deseos y la materia; y otra racional, que busca la forma, la ley y el orden. El ser humano vive en tensión entre ambas: una lo arrastra hacia lo temporal y cambiante, la otra lo eleva hacia lo permanente y universal.

Sin embargo, Schiller encuentra en el juego una tercera fuerza capaz de reconciliar estos dos impulsos. El impulso de juego es aquel en el que la razón y la sensibilidad pueden coexistir, en el que el placer y la forma se entrelazan sin anularse. En el juego, el hombre actúa libremente: no por necesidad ni por deber, sino por pura creación y gozo. Es en ese espacio donde puede ser plenamente humano, porque la libertad y la belleza coinciden.

Cuando Schiller dice que “el hombre sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega”, no se refiere a un entretenimiento superficial, sino a una forma de existencia en la que el ser humano se realiza como libre y creador. El arte, entonces, es un modo privilegiado de juego: un espacio donde el espíritu y el cuerpo, la forma y el contenido, se equilibran.

El juego, en este sentido, no es un pasatiempo, sino una forma de libertad vivida, una experiencia estética en la que el ser humano se educa para la belleza y la armonía. A través de él, Schiller imagina la posibilidad de una transformación del hombre: un ser que, al aprender a jugar con la forma, aprende también a vivir con libertad y plenitud.

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