A veces subo y bajo por la misma calle
Quizá la comparación es para nosotros como humanos inevitable, y como humanos que aspiran a algo, al éxito que ahora se traduce como sobrevivir esta pesada responsabilidad de encontrarle un sentido a la propia producción cuando se nos mide en curriculum, en títulos, becas y premios. Si, la validación y el sentido es personal pero la sociedad tiene parámetros que definen lo que es exitoso y lo que no. Nuestra profesión es competitiva llena de desigualdades, con disparidades inmensas entre esfuerzos y recompensas, pocos se llevan el botín dejando a los demás observando un terreno de juego que no es el mismo para todos. Para que unos triunfen otros deben perder y los que triunfan se convierten en los genios, de quienes debemos aprender y los que nos guían en el hacer. En medio de un clima generalizado por la ganancia, el éxito se suma al resto de las mercancías, se ha transformado en un deber y dado que cada vez más el éxito aparece con fugacidad se liga también con una actitud cínica, de alguna manera todo da lo mismo. Se incorpora la duda permanente, el instinto de autoconservación, el cinismo y el sarcasmo. La búsqueda de la estabilidad. El éxito nos lleva a un callejón sin salida. Nos podemos enfocar en los propios ritmos de vida, nuestros avances y retrocesos o tendría que decir nuestros ires y venires , intentando que cualquier lugar sea propicio para un despliegue de autoconocimiento. En ese sentido sería fundamental vivir atendiendo el presente, sin buscar una garantía de nuestro destino sino abrir espacios para que la vida suceda frente a la fugacidad. Encontrar un punto donde se teja lo virtual con lo real, la falta, lo imagnario con lo real.
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