El fenómeno paisajístico se nos
presenta como una visión, vemos un paisaje en tanto reconozcamos
ciertas formas las cuales actúan como guías. La fotografía es en sí un proceso que
implica la óptica y la química; sin embargo su magia se extiende hacia la aparente presencia de un ojo mayor
omnipresente conformado por el fotógrafo y su cámara como una
entidad que hacen física, en un papel, una placa, un archivo, esa
potencialidad que poseen los objetos de ser observados.
La cualidad que comparten la fotografía
y el paisaje se encuentra en esa especie de impacto que reside en los
detalles en los que se fija el ojo, algo que brota de lo percibido.
En el paisaje, se intuye una similitud entre nosotros y el entorno;
por su parte, en el acto fotográfico se reafirma nuestra propia
existencia ante la posibilidad de poder plasmar “lo que hemos
visto” e inmediatamente la fotografía se convierte en un objeto
de empatía pues permite evidenciar que todos vemos lo mismo, que no
estamos solos.
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